NYANAPONIKA
THERA
Traducción
por Dr. Alejandro Córdova C.
En
la literatura occidental se encuentran expresados puntos de vista
contradictorios respecto a la actitud del buddhismo en relación al concepto de
Dios y dioses. A partir del estudio de los discursos del Buddha preservados en
el Canon Pali, se puede observar que la idea de una deidad personal, un dios
creador concebido como eterno y omnipotente es incompatible en las enseñanzas
de Buddha. Por otro lado, las concepciones de una divinidad impersonal, como por
ejemplo la de una alma universal o cósmica, se excluyen de acuerdo con la enseñanza
de Buddha de anatta, no self o ego o la insubstancialidad.
En
la literatura buddhista, la creencia en un dios creador (issaranimàna-vàda) se
menciona con frecuencia y es rechazada junto con otras causas que erróneamente
se aducen para explicar el origen del mundo; como por ejemplo un alma universal,
el tiempo, la naturaleza, etc. Sin
embargo, la creencia en Dios no es colocada en la misma categoría de aquellos
puntos de vista moralmente destructivos que rechazan los resultados kammicos de
la acción, asumen un origen fortuito del hombre y la naturaleza o enseñan un
determinismo absoluto. Todos estos puntos de vista son considerados totalmente
perniciosos y tienen malos resultados seguros debido a su efecto sobre la
conducta.
Sin
embargo, el teísmo se considera como una forma de enseñanza sobre el kamma en
cuanto el sostiene la eficacia moral de la acción. Debido a esto, un sujeto teísta
que lleva o practica una vida moral como cualquiera que hace esto en nombre de
lo que sea, podría esperar un renacimiento favorable. Incluso es posible que el
renazca en un mundo celestial que se asemeje a la concepción que tenga de dicho
lugar, aunque éste no durará eternamente como él espera. Pero si el fanatismo
lo induce a perseguir a aquellos que no comparten sus creencias1,
ello tendrá graves consecuencias para su destino futuro, ya que, las actitudes
fanáticas, la intolerancia y la violencia contra otros, crean kamma insano que
conduce al deterioro moral y a un renacimiento infeliz.
Aunque
la creencia en Dios no excluye un renacimiento favorable, es una variedad de
eternalismo, una falsa afirmación de permanencia enraizada en la avidez de
existencia y como tal constituye un obstáculo para la liberación final. El teísmo
se encuentra clasificado como una de las cadenas (saçyojana) que atan a la
existencia tales como la creencia en una personalidad o entidad permanente en
los fenómenos o cosas, el apego a ritos o rituales
y el deseo por una existencia material sutil o por un "cielo de la
esfera de los sentidos."
Los
primeros buddhistas consideraron que la idea de Dios para explicar el origen del
universo y la situación del hombre en este mundo resultaba no convincente. A
través de los siglos, los filósofos buddhistas han formulado detallados
argumentos refutando la doctrina de un dios creador. Sería interesante comparar
dichos argumentos con los que los filósofos occidentales han refutado las
pruebas teológicas de la existencia de Dios.
Sin
embargo, para un entusiasta creyente, la idea de Dios es mucho más que un mero
recurso para explicar los hechos externos como el origen del mundo. Para él,
Dios es un objeto de fe que puede otorgar un fuerte sentimiento de certeza, no sólo
como la existencia de Dios en algún lugar del universo, sino también como una
presencia cercana y consoladora. Este sentimiento de certeza requiere un
detallado escrutinio. Este escrutinio revelará que en la mayoría de las cosas
la idea de Dios es la proyección de los ideales del devoto o creyente
-generalmente nobles- y su ferviente deseo y profunda necesidad de creer. Esta
proyección se encuentra principalmente condicionada por las influencias
externas tales como las impresiones de la infancia, la educación, la tradición
y el medio ambiente social.
Los
devotos, cargados con una gran fuerza emocional, producto de la poderosa
capacidad humana para la formación de imágenes, visualización y creación de
mitos, se identifican con las imágenes y conceptos de cualquier religión que
ellos sigan. En el caso de la mayoría de los más sinceros creyentes, un
penetrante análisis mostrará que su experiencia en Dios no tiene otro
contenido que el anteriormente expuesto.
Sin
embargo el alcance y el significado de la creencia en Dios y la experiencia en
Él no se agota en lo anteriormente expuesto. Las vidas y escritos de los místicos
de todas las grandes religiones son testigos de experiencias religiosas de gran
intensidad en las que se presentan considerables cambios cualitativos de la
conciencia. Una profunda absorción en la plegaria o la meditación puede
producir una profundización y ampliación, una clarificación e intensificación
de la conciencia, que se acompaña de sentimientos de éxtasis y felicidad. El
contraste entre este estado de conciencia y el normal es tan grande que el místico
cree que su experiencia es una manifestación de la divinidad; y dado tal
contraste es compresible que así se crea.
La
experiencia mística también se caracteriza por una marcada reducción o
exclusión temporal de la multiplicidad de las percepciones sensoriales y la
inquietud de pensamiento; y así la relativa unificación de la mente es
interpretada como una unión y comunión con Dios. Todas estas impresiones y sus
primeras interpretaciones espontáneas las identifica el místico dentro de su
teología particular. Sin embargo es interesante señalar que el intento de los
más grandes místicos occidentales por relacionar sus experiencias místicas
con el dogma oficial de sus respectivas iglesias a menudo fueron vistos con
recelo por la ortodoxia, y en muchos casos fueron considerados francamente heréticos.
Los
aspectos psicológicos que subyacen a esas experiencias religiosas son aceptadas
y bien conocidas por el buddhista, pero él distingue acuciosamente las
experiencias en sí mismas de la interpretación teológica que se hace de
ellas. Después de emerger de una absorción (jhàna) meditativa profunda, el
meditador buddhista es aconsejado para que los factores físicos y mentales que
forman parte de su experiencia sean analizadas a la luz de las tres características
de toda existencia condicionada: impermanencia, ligada al sufrimiento, y la
ausencia de un ego permanente o una sustancia eterna. Esto se hace
principalmente con el objeto de utilizar la pureza meditativa y la fuerza de la
conciencia para los propósitos más elevados: la introspección liberadora.
Pero este procedimiento también tiene un efecto colateral muy importante: el
meditador no será arrollado por cualquiera de las incontrolables emociones y
pensamientos evocados por su singular experiencia, y de esta manera será capaz
de evitar interpretaciones de dicha experiencia que no estén garantizadas por
los hechos.
Así
un meditador buddhista, al mismo tiempo que se beneficia de los refinamientos de
la conciencia que ha obtenido, será capaz de observar estas experiencias
meditativas por lo que ellas son, y posteriormente él comprenderá que ellas no
tienen ninguna sustancia permanente la cual pudiera ser atribuida a una deidad
que se manifiesta en su mente. Por lo tanto, la conclusión buddhista es que el
estado místico más elevado no es una evidencia de la existencia de un Dios
personal o divinidad impersonal.
El
buddhismo algunas veces ha sido llamado una enseñanza atea, ya sea en un
sentido aprobatorio por libre pensadores y racionalistas o en un sentido
derogatorio por personas de orientación teísta. Sólo en un sentido puede el
buddhismo ser descrito como ateísta, a saber, en tanto que el rechaza la idea
de un Dios o divinidad eterna y omnipotente, que es el creador y ordenador del
mundo. Sin embargo la palabra "ateísmo", así como la palabra
"sin Dios (godless)" con frecuencia están cargados de un sentido
despreciativo o implicaciones que nada tienen que ver con la enseñanza del
Buddha.
Aquellos
que usan la palabra "ateísmo" a menudo la asocian con una doctrina
materialista que no conoce nada más elevado que este mundo de los sentidos y la
poca felicidad que él puede otorgar. El buddhismo no tiene nada que ver con
dicha concepción. En este sentido está de acuerdo con las enseñanzas de otras
religiones de que una verdadera y permanente felicidad no se puede encontrar en
este mundo; y el Buddha agrega que en ningún plano de existencia más elevado,
concebido como un mundo celestial o divino, ya que todos los planos de
existencia son impermanentes y por lo tanto incapaces de ofrecer una felicidad
eterna.
Los
valores espirituales por los que el buddhismo aboga están dirigidos no hacia
una nueva vida en un mundo superior, sino hacia un estado que trasciende
completamente el mundo, a saber, el Nibbàna. Sin embargo al hacer esta afirmación
hay que señalar que los valores espirituales del buddhismo no establecen una
separación absoluta entre el aquí y ahora y el más allá. Ellos tienen raíces
firmes en el mundo mismo pues se dirigen hacia la más alta realización en la
existencia presente; junto con tal aspiración espiritual el buddhismo alienta
para que se haga un entusiasta esfuerzo para hacer este mundo un mejor lugar
para vivir.
La
filosofía materialista de aniquilación (uccheda-vàda) es rechazada enfáticamente
por el Buddha como falsa doctrina. La doctrina del kamma es suficiente para
probar que el buddhismo no enseña la aniquilación después de la muerte. Ésta
acepta la sobrevivencia, no de un alma eterna, sino de un proceso mental sujeto
a renovada existencia; de esta forma enseña renacimiento sin transmigración.
La enseñanza del Buddha no es un nihilismo que ofrece a la humanidad sufriente
al final de su vida, una fría
nada. Por el contrario es una enseñanza de salvación (niyyànika-dhamma) y de
liberación (vimutti) que atribuye al ser humano la facultad de realizar por su
propio esfuerzo la meta más elevada, Nibbàna, la cesación final del
sufrimiento y la erradicación final de la avidez, el odio y la ignorancia. Nibbàna
esta lejos ser el agujero negro de la aniquilación; sin embargo tampoco puede
ser identificado con cualquier forma de idea de Dios, ni tampoco puede
considerarse el fundamento inmanente o esencia del mundo.
El
buddhismo no es un enemigo de la religión como el
teísmo cree. El buddhismo no es enemigo de nada ni nadie. El buddhismo
reconoce y aprecia cualquiera de los valores éticos, espirituales y culturales
que la creencia en Dios ha creado a lo largo de su accidentada historia. Sin
embargo no podemos cerrar los ojos al hecho de que el concepto de Dios también
ha servido con frecuencia como un manto para ocultar la voluntad de poder del
hombre y el uso imprudente, peligroso y cruel de ese poder, agregando con ello
mayor miseria e infelicidad a este mundo, que se supone una creación amorosa de
Dios.
Durante
siglos el pensamiento libre, la libre investigación y la expresión de puntos
de vista disidentes fueron obstaculizados y sofocados en nombre de Dios. Y
desgraciadamente estas y otras consecuencias negativas no son enteramente
asuntos del pasado. La palabra "ateísmo" también se encuentra
cargada indirectamente de una actitud relacionada con la
aprobación de una moral laxa y con la creencia de que una ética hecha
por el hombre, sin tener la sanción de la divinidad, descansa sobre bases
inestables y débiles. Sin embargo para el buddhismo la ley moral fundamental
o básica es inherente a la vida misma. Es un caso especial de la ley de
causa y efecto que no necesita ni una divinidad otorgadora de la ley ni depende
de las fluctuaciones de las concepciones humanas socialmente condicionadas por
minucias morales y convenciones.
Para
una gran porción de la humanidad la creencia en Dios se está derrumbando rápidamente
y también la motivación para una conducta moral. Esto muestra el peligro de
basar los postulados morales en mandamientos divinos, cuando su supuesta fuente
o sostén está rápidamente perdiendo autoridad. Existe la necesidad de una
fundamentación autónoma para la ética que tenga raíces más profundas que sólo
un contrato social y que sea capaz de proteger la seguridad del individuo y de
las instituciones humanas. El buddhismo ofrece esta fundamentación para la ética.
El buddhismo no rechaza la idea de que existan en el universo planos de
existencia y niveles de conciencia que en alguna forma sean superiores a nuestro
mundo terrenal y al promedio de la conciencia humana. Rechazar esto sería
ingenuo en esta era de los viajes espaciales. Bertrand Russell ha dicho
correctamente: "Es improbable que el universo no contenga algo mejor que
nosotros". Sin embargo, de acuerdo con las enseñanzas del Buddha tales
planos de existencia más elevados también están sujetos a la ley de la
impermanencia y el cambio. Los habitantes de tales mundos puede que sean en
grados diferentes, más poderosos y felices que los seres humanos y que gocen de
una existencia más larga. Que llamemos a estos seres superiores dioses,
deidades, devas o ángeles, importa muy
poco, pues es poco probable que ellos se llamen a sí mismos con estos nombres.
Ellos son habitantes de este universo, compañeros errantes en esta rueda de
existencias y aunque más poderosos que el hombre, no por ello son más sabios
que él. Más aún, es posible que tales mundos y seres tengan su propio señor
y gobernante. Pero como cualquier gobernante humano, un gobernante divino también
podría inclinarse a juzgar erróneamente su propio estatus y poder, hasta que
uno con más poder llegue y le señale su error, tal y como nuestros textos lo
informan del Buddha.
Sin
embargo, éstos son asuntos que están más allá de la esfera y del interés de
la experiencia humana promedio. Aquí se han mencionado principalmente con el
propósito de definir la posición del buddhismo y no como un tópico de
especulación y de argumentación. Este tipo de actitud sólo desvía la atención
y esfuerzo de aquello que debe ser nuestro objetivo principal; superar la
avidez, el odio y la ignorancia donde quiera que
ellas se presenten, aquí y ahora.
Un
antiguo verso atribuido al Buddha en el texto "Las Preguntas del Rey
Milinda" dice: "No necesitas buscar lejos de aquí la más elevada
existencia, ¿de qué sirve? Aquí en este agregado presente, en tu propio
cuerpo se puede superar el mundo."
*
* * * *
1
NT. Quizá no sólo persecución que es lo más grave sino también desprecio,
benevolencia sádica, etc.